«Siéntate y escribe» me apremió el jefe,
señalándome con su inhiesto dedo en dirección hacia mi puesto habitual en la
redacción, al lado del baño. Y de qué escribo, pregunto. De literatura, responde…
¿Acaso no eres escritora? Pues demuéstramelo. Deja la cuestión levitando en el
aire con aroma de maquinaria recién engrasada. Pasmada me quedé. Recibo el
encargo, con tanto gozo, como si me hubieran invitado a participar activamente
en una autopsia.
Parco en palabras como siempre, me había
encomendado una misión. Encomendado, no es la palabra adecuada. Yo diría que
ordenado, conminado, requerido, exigido y un largo etcétera de verbos regulares
o irregulares que marcasen el sentido del ritmo y del significado. Me sentí,
como presumo debió sentirse, el personaje de Pepe Ansúrez en la novela de
Gonzalo Torrente Ballester. Persistente escritor frustrado, con el que
compartía sentimientos a duras penas y a fogonazos. «Todo saldrá bien». Me
infundía ánimos a mí misma, que de eso sabía un montón después de tanto
bamboleo por la vida. Rebelde, con o sin causa, siempre encuentro un resquicio
por el que colarme, como las cucarachas. Aunque el símil no sea el adecuado y
suene en cierto modo, algo repelente. Pero resulta ser sumamente explícito a la
par que gráfico.
NO ES PRECISO deducir que soy de la vieja
escuela; y, por tal condición de antigualla, utilizo mis preceptos e
instrumentos aprehendidos. Donde esté un bolígrafo o un lápiz, o un rotulador;
o lo que sea que desee el escribiente para redactar y dar a conocer al mundo su
estrategia signada, que se quiten los aparatos mecánicos. El lápiz se deja
chupar para invocar a la imaginación; la pantalla del ordenador, no. Salvo que
quieras fenecer, víctima de una electrocución. La imaginación sin duda, juega
un papel básico y primordial en todo este tinglado. Con una buena dosis de esta
especie casi en desuso, que se quiten los demás artificios. Ya me enmaraño yo
solita, sin necesidad de ninguna ayuda externa.
NO ES PRECISO, pero pavisosa de mí, pedí
consejo a un presunto amigo. «La literatura no interesa a nadie», me respondió
con rotundidad sacrosanta. Ciertamente agorero y poco conocedor de la
sociología actual, pensé, con los ánimos por los suelos. Hoy en día, a una
sociedad inquieta y curiosa a la par que medianamente formada, le interesa todo
aquello que le aporte y sume cosas positivas; no que se las restrinja. La necesidad
de conocimientos siempre está ahí: dormida, latente, esperando. Me tacharía de
pretenciosa absolutista, si no me atreviera a afirmar que, a pesar de mi
experiencia, volvería a la casilla de salida de la literatura una y mil veces;
y, probablemente, la meta alcanzada acabaría siendo la misma.
NO ES PRECISO ser un licenciado en derecho
para conocer las normas básicas de convivencia, ya que el desconocimiento de
las leyes, no excusa de su cumplimiento; máxima latina, que pervive con mayor o
menor dosis de eficacia; no es necesario ser un erudito en estudios teológicos
para obtener clarividencias fehacientes entre el bien y el mal, aunque uno se
halle en una senda llena de increíbles obstáculos; no hace falta, en fin, ser
un reconocido científico, para dar a luz descubrimientos apoteósicos y
revolucionarios. La mayoría de ellos, de facto, ocurrieron de modo casual; como
así lo evidencian diversos e innumerables textos. En cuanto a la ficción, esta no
es creíble si no va aderezada con algo de veracidad, aunque sea en pequeñas
dosis y rebozada de un leve tul. Es necesario partir de un núcleo central, para
arrancar y expandirse hacia los haces abiertos que nos proporcionan los
Maestros; así, en mayúsculas. Regresando por la senda que caminaron nuestros
ancestros y examinándola con cierto recelo, podremos enderezar todos aquellos
renglones torcidos en que caímos presos y equivocaron nuestro recorrido.
Debemos mirar hacia adelante para ser capaces de redirigir y encauzar nuestras
aspiraciones y enmendar nuestros errores.
Existen multitud de ejemplos, a lo largo de la
historia, que demuestran que estamos rodeados –siempre lo hemos estado- de
gente capaz, inteligente y valerosa, aunque ni ellas mismas lo sepan. Véase por
ejemplo, el caso de Cela, mi admirado Cela; uno de mis escritores favoritos.
Nunca se licenció ni llegó a graduarse; a pesar de haber comenzado la carrera
de medicina. Y acabó convirtiéndose, para nacional orgullo, en uno de nuestros
más insignes académicos de reconocimiento mundial. Sería tarea imposible para
mí, escribir con tanta lozanía, gentileza y gracia como él; a pesar de la cara
de poco chiste que lucía. No obstante, antes que él había otros, tan sublimes o
más; y antes que estos, hubo y habrá, otros más. Y ustedes que lo vean.
NO ES PRECISO enumerar a todos los autores que
me han influenciado. Desde Platón y Aristóteles hasta nuestros días, ha llovido
mucho. Son tantos y tan distintos, que resultaría incluso, algo desconcertante.
En ellos nos debemos reflejar y no en
contemplar encandiladas una pantalla repleta de personajes de teatro barato, de batiburrillo, vacíos
de contenido y poblado de algarabías y ruidos altisonantes, pero eso sí, con
una cuota de pantalla absolutamente astronómica.
No busques fantasmas sin rostro donde no los
hay. Ellos no harán grandilocuencias por ti. Todo está en tu mente. Quizá os
parezca mentira, pero existe aún hoy en día un mundo inexplorado, maravilloso y
virgen, en el que no se prohíbe la
entrada a nadie. Puede penetrar cualquiera. Es todo tuyo y de tu voluntad. No
le deis oportunidad al aburrimiento ni al ocio: ambos son capaces de criar
telarañas sin sentido. Permaneced activos de cuerpo y de mente, mientras
podáis. No olvidéis, que el músculo más importante con que contamos, es el
cerebro. A veces, con sólo un pequeño golpe de espuela, bastará para activarlo.
Por la imagen de la sociedad actual, que
transmiten todas – y digo bien, todas- las cadenas de televisión de nuestro
variopinto pero bellísimo país, tal y como aparece reflejada en esos sensacionalistas
medios, anda sobrada de iletrados, patanes, trepas y gecónidos a carrera de
baquetas, y al parecer, algo tullida y mermada de gente preparada. Esto no es
cierto. Lo que sí es verdad, es que los miembros de tan absurda congregación,
se hacen más de notar; y, con ello, no quiero decir que son más notables; pues
la notabilidad pertenece a otro concepto. Cualquiera de los pertenecientes a
este estrambótico estrato, estoy segura, de que sabe cacarear perfectamente el
grito de Cristiano Ronaldo o balbucear –que no coordinar- como la diva culona
de turno, apareciendo en la pantalla táctil, realizando posturitas imposibles.
O el tontolaba avispado que se cuelga
de lo alto de un puente para hacerse un selfi para la posteridad. Eso, si no
acaba rompiéndose la crisma en mil pedazos.
Para ser honrada, debo decir que siempre he
mantenido una relación incestuosa con la escritura; desde bien niña la he seguido
y perseguido. Dejad que los tesauros de la literatura os engullan, pero no por
gula, sino por sinuosa seducción.
NO ES PRECISO abrir la espita de los denuestos
para reconocer, aunque sea de forma sucinta, que, aunque estemos rodeados de
gente pícara y dolosa en demasía, todavía estamos a tiempo para desabastecer de
adjetivos superfluos por siempre jamás a tal terminología. Entendemos, por los
vocablos empleados, que tal vez, si ponemos nuestro empeño en tan noble labor,
la cohorte que acompaña a los ingrávidos malaventurados se verá diezmada, si
ponemos en juego nuestra obligación como educadores para con las generaciones
venideras.
Me prometí a mí misma, a través del medio que
se me articula, en tratar los temas aquí aparecidos, de forma seria y rigurosa;
porque para la novela picaresca, ya existen otros foros donde explayarse. No
obstante, siempre habrá lugar, y os lo prometo por Belcebú, que lo llevaré a
cabo en próximos encuentros. Según me han susurrado al oído, siempre nos
quedará París… y la poesía.
NO ES PRECISO que me llaméis, acudiré presta
con apenas chasquear los dedos.
Ana
María A. Bayot Carrascosa.